30 Años de COP: El Progreso posible en la era de lo imposible

Tomás Soares
Gerente Senior - Cambio Climático @ KPMG Brasil | IFRS S2, Evaluación de Riesgo Climático | Estrategia de Descarbonización
A partir de París, los gobiernos tuvieron que examinar sus propias matrices energéticas, asumir metas, medir, informar, exponerse.
15.12.2025 | Opinion

Las COP son, sobre todo, frustrantes. Las negociaciones avanzan lentamente, atascadas en mandatos confusos, intenciones divergentes, intereses nacionales y compromisos frágiles. Son excesivamente técnicas al producir cientos de páginas de jerga diplomática casi indescifrable, con poca conexión con el mundo concreto que deberían transformar. Y, al final, casi siempre entregan resoluciones por debajo de la ambición necesaria para enfrentar la crisis climática que les da origen.

Aun así, es fundamental comprender que son así por diseño institucional, y no por una falla insoluble, aunque hay mucho que puede mejorarse. Es esta arquitectura la que nos recuerda que las COP son conferencias de las partes; partes que, conviene reiterar, son países soberanos negociando términos vinculantes por consenso. Son, por tanto, instrumentos esencialmente políticos, tan complejos como indispensables, que se equilibran sobre una línea tenue para no romper el hilo que nos conecta al horizonte que debemos alcanzar antes de que se vuelva imposible.

Y es precisamente en ese equilibrio improbable donde reside su valor. En tiempos de cinismo y desconfianza en el multilateralismo, la COP reafirma que solo la política permite negociar complejidades, acomodar diferencias y construir consenso entre cientos de naciones. Fuera de ella, solo queda el conflicto. Si todo lo que la COP30 Brasil produjera fuera esta demostración de que la cooperación internacional aún existe, ya sería monumental. Pero también hay resultados tangibles: sin el Acuerdo de París de 2015, estaríamos en una ruta explosiva de emisiones, encaminándonos firmemente hacia un mundo con un calentamiento superior a 4 ºC frente a nuestra realidad actual más cercana a los 2,6 ºC (peligrosamente lejos de nuestra meta, no está de más recordarlo). Seguimos aumentando las emisiones cuando deberíamos reducirlas, es cierto. Sin embargo, conseguimos desacelerar el avance fósil sin frenar la economía. Al contrario, creamos las bases para un nuevo ciclo de prosperidad.

A partir de París, los gobiernos tuvieron que examinar sus propias matrices energéticas, asumir metas, medir, informar, exponerse. Sé bien que aún estamos lejos de lo necesario para operar dentro de los límites planetarios. Entramos ahora en la segunda ronda de NDC y, según todo indica, seguiremos por debajo del nivel de ambición requerido para descarbonizar hasta 2050. Pero el hecho es: las ambiciones crecieron. Avanzamos. Y, sin embargo, cuanto más avanzamos, más cerca está la ruptura de fronteras ecológicas que la ciencia afirma que son irreversibles. El peligro es real e inminente. El progreso también. Ambos coexisten en un mundo de contradicciones geopolíticas, tensiones internas y, a decir verdad, una buena dosis de hipocresía.

La teoría del caos describe sistemas dinámicos extremadamente sensibles a las condiciones iniciales, donde pequeñas perturbaciones pueden generar resultados radicalmente distintos, incluso bajo las mismas reglas. Acompañar por primera vez in situ una COP me hizo sentir parte de un sistema caótico: decenas de miles de personas, de cientos de países, hablando decenas de idiomas, recorriendo kilómetros de pabellones, en una agenda imposible de seguir: plenarias, eventos paralelos, negociaciones formales e informales, cafés, reuniones en los pasillos, todo bajo el manto del dilema civilizacional que nos imponen los cambios climáticos. En sentido complementario, la teoría de la emergencia explica que en sistemas caóticos, las interacciones individuales entre actores cercanos pueden producir un efecto cascada de organización del caos.

En el imaginario popular, la teoría del caos suele ilustrar cómo intervenciones aparentemente inofensivas pueden desencadenar resultados desastrosos. Pero ¿y si una intervención inicial sirve como chispa para cierto consenso? Fue esa sensación la que me atravesó en la apertura de la conferencia, cuando un comentario fuera del guion diplomático resonó con fuerza inesperada: “Necesitamos una hoja de ruta para la transición fuera de los combustibles fósiles”. Un tema que no estaba en el mandato de esta COP. Y, aun así, plantado allí —como detonante.

Día tras día, la provocación cobró fuerza. Incluso sin estar oficialmente en la agenda, la idea pasó a ser hilo conductor para los temas del mandato de esta COP: financiamiento para adaptación y mitigación, reglas comerciales unilaterales, balance de los compromisos asumidos. En los paneles y eventos en los que participé, había claridad en el mensaje: la transición no solo es inevitable, es deseable. Es oportunidad económica, renovación productiva, competitividad para una nueva era de crecimiento. Al mismo tiempo, los rumores en los pasillos se multiplicaban: el espíritu colaborativo encontraba puntos de contacto, y un consenso antes inimaginable comenzaba a tomar forma. El caos inicial observaba la emergencia. Existía cierto orden, al fin, en la imprevisibilidad casi absoluta.

La COP30 fue anunciada como la COP de la Verdad. Y, en la Amazonía, la verdad no es un concepto abstracto: es clima sentido en la piel con (mucho) calor y humedad. Es la urgencia de pueblos que protegen la selva y sufren más con su devastación. Es la tensión permanente entre preservar el bioma y garantizar desarrollo social e infraestructura digna. Realizar allí una conferencia sobre el futuro del planeta, en un país democrático que reivindica liderazgo y demuestra voluntad política, no es solo simbólico, sino determinante para el resultado ambicionado, para bien o para mal. Si vemos la oportunidad histórica ante nosotros y la abrazamos con valentía, quizá logremos el mejor resultado multilateral de la última década: la tan ansiada hoja de ruta para ir más allá de los fósiles. Si solo cumple su mandato, ya reforzará el papel del multilateralismo de buena voluntad.

Aún no conocemos el desenlace final de este proceso. Es probable que el documento final desagrade a muchos y no satisfaga plenamente a nadie —la belleza y el dolor del consenso, al fin. Pero, por lo que he presenciado, puedo afirmar: las soluciones existen. La implementación seguirá siendo dolorosamente compleja, y quizá no ocurra a tiempo. Pero si depende de las mujeres y hombres de buena voluntad que encontré —diplomáticos, científicos, activistas, negociadores, ejecutivos— existe una posibilidad.

Y esa posibilidad diminuta, sostenida por la cooperación humana a escala planetaria, ya basta para que haya esperanza.

Es posible soñar.

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